Después de la insólita eliminación por Copa Libertadores ante San Lorenzo, River necesitaba ganar imperiosamente para olvidarse por un instante de la pesadilla del jueves pasado.
Nada le resultó sencillo al equipo de Diego Simeone que sufrió el síndrome postraumático ante el equipo de Ramón Díaz.
En el primer tiempo River fue un caos generalizado en defensa y un torbellino de confusión a la hora de atacar.
Piatti imparable en el arranque desnudó los horrores defensivos del Millonario y ponía en ventaja al Tripero, pero Abelairas clavaba un golazo al ángulo desde 30 metros, que de nada sirvió.
Al toque un nuevo tanto del visitante dejaba en claro los tiempos que vive este River.
Mano de Augusto Fernández, Dominguez se la tocaba a Neira ante la descomunal siesta de la defensa de River y el delantero quedó cara a cara con Carrizo definió para agregar más estupor al ya reinante.
La segunda mitad trajo alivio con el ingreso de Ortega por Fernández y el reemplazo de Ahumada por Leo Ponzio.
Gimnasia salió dormido y River lo noqueó de arranque nomás.
Buonanotte empardó la historia y el Pitu Abelairas anotaba el tercero ante la mirada atónita de propios y ajenos.
La levantada fue anímica, emocional y futbolística y para ponerle el broche al final, Ariel Ortega le puso cifras definitivas al partido estampando el cuarto gol del partido.
Es cierto que River pudo haber ampliado la ventaja, pero a esa altura la resurrección estaba consumada, la victoria llegó como vaso de agua para un viajante sediento y perdido en la desolación de un inmenso desierto.
El triunfo ante Gimnasia es apenas un bálsamo para el herido corazón del hincha millonario que todavía no encuentra consuelo en su desdichada vida en el plano internacional.
El desafió recién empieza, las heridas aún no cerraron, el tiempo tendrá la razón.
Patricio García Rudi
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